Crítica de ‘Alien: Planeta Tierra’: Alien y Peter Pan se encuentran en la expansión más brillante del universo xenomorfo.

Que Alien iba a acabar teniendo su propia serie era solo cuestión de tiempo. La verdadera pregunta era si su universo monstruoso –del mismo modo que Apple TV+ probó suerte con Godzilla en Monarch: Legado de monstruos– iba a ser capaz de sostenerse en el formato episódico con una fórmula tan definida como la suya, perteneciente al survival horror. La respuesta es que, tras nueve –sí, nueve– películas (contando los dos crossovers con Predator), Alien: Planeta Tierra llega a Disney+ como la apuesta más ambiciosa, audaz y expansiva de la franquicia.

Ambientada en el año 2120, apenas un par de años antes de los eventos de la película original de Ridley Scott, la serie traza una analogía inesperada entre el universo Alien y el cuento Peter Pan en un ejercicio intertextual que dialoga con la obra del novelista escocés J.M. Barrie desde su primer episodio, titulado «Nunca Jamás».
En este contexto, Marcy (Sydney Chandler), una niña con cáncer, se convierte en la primera híbrida –un robot humanoide con consciencia humana–, gracias a una tecnología experimental que promete un salto decisivo en la búsqueda de la inmortalidad para la humanidad. En su nuevo cuerpo adolescente, adopta el nombre Wendy, y poco después es seguida por cinco niños enfermos que también son transformados en híbridos. Ellos son los niños perdidos: Slightly (Adarsh Gourav), Smee (Jonathan Ajayi), Curly (Erana James), Nibs (Lily Newmark) y Tootless (Kit Young). ¿Y su Peter Pan? El millonetis y prodigio tecnológico Boy Kavalier (Samuel Blenkin), acompañado en su equipo por su mano derecha, el sintético Kirsh (Timothy Olyphant), y la pareja científica formada por Dame Silvia (Essie Davis) y Arthur (David Rysdahl). El cocodrilo Tic Tac es, en esta relectura que mezcla sci-fi y terror, el temido xenomorfo, por supuesto.
Esta Tierra de 2120 está gobernada por cinco corporaciones: Prodigy (de Boy Kavalier), Weyland-Yutani, Lynch, Dynamic y Threshold. En este entramado distópico, humanos, cíborgs, sintéticos y ahora híbridos coexisten. Nuestra historia comienza cuando una nave de investigación de Weyland-Yutani se estrella en Prodigy, llevando a bordo al cíborg Morrow (Babou Ceesay), jefe de seguridad, junto con cinco especímenes alienígenas muy, pero que muy letales.

El primer gran acierto de Alien: Planeta Tierra reside en la sabia elección de su arquitecto creativo: Noah Hawley. Porque este showrunner no es un recién llegado a las adaptaciones complejas. Ya ha demostrado tener madera para ello transformando el clásico criminal de los hermanos Coen, Fargo, en una longeva y aclamada serie antológica, y firmando la mutante y superheroica Legión. Ahora, frente al desafío hercúleo de expandir el universo Alien al formato televisivo, Hawley vuelve a dar en el clavo, aportando una mirada renovada y distintiva que se abre con acierto a nuevos públicos, sin por ello traicionar a los seguidores más fieles de la saga.
Aquí, la narrativa abandona –como era lógico en una serie de unas ocho horas de duración total– el reiterado esquema del xenomorfo que va liquidando a tripulantes uno por uno como si de un slasher se tratara. Lo que Hawley consigue resulta prácticamente inalcanzable en el formato cinematográfico, ya que sus ocho episodios le dan el espacio necesario no solo para expandir este universo de formas nunca antes vistas, sino también para tejer una galería de personajes mucho más amplia.

Todo arranca con un primer episodio en el que una nave –no es ningún misterio: el título lo deja claro– se estrella en la Tierra, sin apenas mostrar el horror acontecido a bordo (para los fans, tranquilos: la historia completa se desarrolla en el quinto episodio en una suerte de micro película de Alien con guiño incluido en su título, «En el espacio, nadie…»), y aportando el contexto necesario para presentar este universo tan vasto como fascinante. Aunque en ocasiones adopta un ritmo slow burn, la serie no tarda en sumergir al espectador en la acción, exhibiendo a las criaturas en todo su esplendor, especialmente durante los episodios segundo, tercero y quinto. Conforme avanza la temporada, los capítulos se impregnan de misterio y suspense, en una advertencia implícita que recuerda a las películas de Parque Jurásico: nunca es aconsejable albergar semejantes criaturas en nuestro planeta. Y todo apunta –conviene señalar que para esta crítica solo se han visionado seis de los ocho episodios– a que la serie concluirá por todo lo alto.
Transportar al público al extenso universo de Alien no es tarea sencilla, sobre todo porque casi siempre la acción ha estado tradicionalmente confinada al interior de naves espaciales, pero aquí gran parte se despliega en la Tierra. Sin embargo, el diseñador de producción Andy Nicholson, veterano en la ambientación espacial (con créditos en Gravity y Constelación), logra captar el espíritu de la saga tanto en esa nave inicial, que recuerda estéticamente a la original de Alien, como en sus escenas terrestres, filmadas en Bangkok y Krabi, Tailandia. Es un mundo que se siente muy Blade Runner, muy Westworld, muy Dune. Es la primera vez que la saga nos lleva a la Tierra, y lo hace con un mundo futurista envolvente y sugestivo.

Todo ello se ve enriquecido por una variopinta galería de personajes, en la que sobresale la carismática Wendy, interpretada por Sydney Chandler (Sugar), quien ofrece una novedosa revisión del personaje femenino protagonista que la saga había presentado hasta ahora (desde Sigourney Weaver hasta Cailee Spaeny); el enigmático Boy Kavalier, encarnado por un estupendo y convincente Samuel Blenkin (Black Mirror), cuyo aspecto infantil –con pijamas y pies descalzos incluidos– subraya la metáfora de Peter Pan en un personaje que fácilmente podría haber caído en lo arquetípico; y Kirsh, al que da vida Timothy Olyphant (Hitman), envuelto en un halo de misterio.
Aunque el gran protagonista habitual de la saga es, sin duda, el icónico xenomorfo, esta serie se permite la audacia de incorporar cuatro criaturas alienígenas adicionales, absolutamente inspiradas, destacando una con aspecto de ojo. Estas criaturas vienen acompañadas, como no podía ser de otra forma, de momentos de sangre, ultraviolencia y gore, a menudo muy explícitos, mientras que en otras ocasiones la brutalidad acontece fuera de plano, dejando al espectador contemplar únicamente las secuelas de su ferocidad, como en una fiesta temática al estilo Luis XIV que degenerará en un cuadro barroco de terror. Para dar vida a estas secuencias, se combinan efectos prácticos con VFX digitales que maximizan la espectacularidad y el realismo, como sucede con el xenomorfo interpretado por Cameron Rodger Brown enfundado en traje.
Este festín de body horror se complementa con momentos más pausados y sostenidos que abundan a lo largo de la serie. Porque Alien: Planeta Tierra es, además, una propuesta filosófica y reflexiva, cuya extensión permite abordar con detenimiento cuestiones como la inteligencia artificial, la identidad, el capitalismo o la ética tecnológica.
La producción de FX desprende estilazo y calidad por todos lados. Su no modesto presupuesto –de más de 250 millones de dólares– se hace notar en cada episodio. No faltan ejemplos: en lugar del habitual resumen, cada capítulo se abre con una obertura en la que el título emerge lentamente, entre destellos de escenas previas y una banda sonora inquietante, mientras que su particular montaje se distingue por largos cortes a negro, transiciones en doble exposición, split diopters, elipsis magistrales y la inclusión de textos en pantalla que remiten al icónico y atemporal estilo monocromo verde, sello visual de la franquicia.

En definitiva, Alien: Planeta Tierra se erige como una de las entregas más sobresalientes de la saga Alien. Es la serie que la saga necesitaba y no sabía que quería. Y te garantizo que después de verla, jamás volverás a mirar a una oveja con los mismos ojos (nunca mejor dicho).
NOTA: ★★★★☆
«ALIEN: PLANETA TIERRA» SE ESTRENA MAÑANA EN DISNEY+ CON SUS DOS PRIMEROS EPISODIOS, SEGUIDOS DE UNA NUEVA ENTREGA CADA MIÉRCOLES.
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