Crítica de la temporada 7 de ‘Black Mirror’: Estirando el chicle del pesadillesco fenómeno tecnológico.

Black Mirror no es solo una serie: se ha convertido en mucho más. Hoy en día, frases del tipo «esto parece sacado de un episodio de Black Mirror» se han incorporado a nuestro léxico, y en los últimos años, películas como La acompañante, Lo que hay dentro o The Beast, la serie Separación e incluso la realidad misma han flirteado con ese territorio que bien podría etiquetarse como «blackmirroniano».
Son ya casi quince años los que han pasado desde que Charlie Brooker, creador de la serie, nos introdujera en el universo Black Mirror, inicialmente en Channel 4 y posteriormente en Netflix, y su séptima temporada, que se estrena hoy en la plataforma de streaming, sigue conservando su ADN intacto: episodios autoconclusivos y antológicos, algunos easter eggs y la tecnología, siempre la tecnología, como protagonista omnipresente. Aunque con una salvedad esta vez: el algoritmo creativo de Brooker también parece sucumbir a la «secuelitis», con uno de sus episodios siendo continuación directa de otro anterior.
Y es que, después de unas temporadas que no estuvieron a la altura de las expectativas, Brooker prometió que esta nueva entrega sería «un poco como la Black Mirror original». Pero, ¿es realmente así? Lo cierto es que en ella se respira un claro síntoma de agotamiento, quizá fruto de falta de imaginación, o tal vez de un exceso de comodidad con una fórmula que ya no tiene el mismo impacto y que ha perdido el factor sorpresa. En este sentido, esta nueva remesa de episodios –seis en total– tiene sus más y sus menos, como ya viene siendo habitual en la serie en los últimos años, pero en esta tanda no hay ningún San Junípero (temporada 3), ni tampoco un 15 millones de méritos (temporada 1), ni un Oso blanco (temporada 2) y nada del calibre de Cállate y baila (temporada 3), muy posiblemente los episodios más aclamados que nos ha regalado este fenómeno tecno-distópico.

La gran carta de presentación de Black Mirror, allá por 2011, fue aquel episodio en el que el primer ministro de Reino Unido se veía obligado a tomar una decisión extrema y a contrarreloj para salvar a la princesa Susannah. Y todo el mundo sabe cómo acabó aquello (como para olvidarlo). Ese primer capítulo era imprevisible, chocante y perturbador. En cambio, el que inaugura esta séptima temporada, Gente corriente, dirigido por Ally Pankiw –quien ya dirigió Joan es horrible en la anterior temporada–, resulta predecible y poco atrevido. Y sus 56 minutos resultan excesivos (como ocurre, dicho sea de paso, con buena parte de los episodios de esta temporada). La trama gira en torno a una tecnología neurocientífica de vanguardia, llamada Rivermind, que consigue mantener viva a Amanda (Rashida Jones) y salvarla de la muerte tras una emergencia médica.
Un episodio que, sin lugar a dudas, ostenta la mayor carga crítica de la temporada, abordando una alegoría directa del sistema sanitario privado, pero también de ese modelo de suscripciones que llevamos años normalizando –Netflix incluido– donde si no quieres anuncios pagas más, y si quieres más calidad, también. Es curioso que, tras tantas temporadas, no se haya indagado más en la relación en clave futurista entre medicina y tecnología, porque realmente ofrece un sinfín de posibilidades. El episodio más cercano a esta idea podría ser el segmento Pain Transfer del episodio Black Museum (temporada 4), aunque aquella propuesta era más salvaje y original que la que se presenta aquí. En este caso, todo se queda en una historia correcta, tal vez demasiado correcta, que también se pregunta hasta dónde sería uno capaz de llegar para conseguir dinero cuando está desesperado, y con un desenlace deprimente marca de la casa.

Menos plausible, por otro lado, es la tecnología del segundo episodio, el paranoico y más interesante Bête Noire, con una duración más fluida de 49 minutos, aunque con un irregular final. En esta ocasión, se juega con el gashlighting como solo Black Mirror sabe hacerlo. En el duelo entre Maria (Siena Kelly), una alta ejecutiva de una empresa chocolatera, y su antigua compañera de colegio Verity (Rosy McEwen), con la que se reencuentra después de muchos años en un focus group, se mezclan ingredientes deliciosos: una atmósfera pesadillesca, giros argumentales y una tensión psicológica palpable.
Le sigue un tercer episodio más calmado, con un aire muy vintage y con resonancias a Westworld y El show de Truman. Y es que, como era de esperar, la inteligencia artificial no podía faltar en esta temporada. Hotel Reverie sigue a Brandy Friday (Issa Rae), una estrella de Hollywood que se ve involucrada en un inusual remake de alta tecnología de una antigua película en blanco y negro como el interés amoroso de Dorothy (Emma Corrin), una IA que no sabe que lo es. Si quiere volver a casa, tendrá que ceñirse al guion. El resultado: menos memorable de lo que pretende ser y algo soporífero. Brooker dijo que originalmente iba a ser una historia de terror, y ojalá lo hubiera sido.
Llegamos al cuarto, el más intrigante y enigmático de todos y el mejor del conjunto, titulado Juguetes, que trae de vuelta a un personaje ya conocido en forma de cameo: Colin Ritman (Will Poulter) del episodio interactivo Bandersnatch. Como guiño a los primeros años de Brooker como periodista de videojuegos, el capítulo sigue a Cameron Walker (interpretado magistralmente por Peter Capaldi en 2034 y Lewis Gribben en 1994), quien es arrestado por un presunto asesinato. A lo largo de un interrogatorio cargado de flashbacks, Walker relata su obsesión con un videojuego de los años 90 al que únicamente él tuvo acceso, Thronglets, poblado por adorables pero inquietantes formas de vida artificial que evolucionan con el tiempo. El peculiar sonido que emiten estos seres se te quedará grabado en la cabeza.

En el quinto episodio, Eulogy, volvemos a una tecnología más verosímil: las fotografías inmersivas. Philip (un siempre estupendo Paul Giamatti) participa en un memorial interactivo de una conocida fallecida y, para ello, debe seleccionar fotografías y sumergirse (literalmente) en ellas con la asistencia de una IA inmersiva (Patsy Ferran). Esta tecnología sirve como vehículo para reconstruir recuerdos y revivir una ruptura amorosa no exenta de remordimientos. El episodio más introspectivo y melancólico de los seis.
Para terminar, la secuela de USS Callister continúa donde se quedó: con Robert Daly muerto, la tripulación –liderada por la capitana Nanette Cole (Cristin Milioti)– está varada en un universo virtual infinito, luchando por sobrevivir contra 30 millones de jugadores. Aunque no supera a su predecesora, el desenlace tiene un plot-twist que honra la tradición de cerrar la temporada por todo lo alto.

Si algo nos dice la séptima temporada es que exprimir hasta la última gota de Black Mirror puede no ser la mejor idea, y parece que ha llegado el momento de decir adiós. Ya no logra sorprender tanto, ni invita a una reflexión profunda o provoca esa sensación de pavor que sus primeras entregas sí consiguieron. Ahora, mirar a nuestro alrededor es mucho más aterrador.
NOTA: ★★½
LA TEMPORADA 7 DE «BLACK MIRROR» SE HA ESTRENADO HOY EN NETFLIX.
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