Crítica de la serie ‘La Casa Guinness’: Tres hermanos, una hermana y una sucesión algo complicada… ¿Te suena de algo?

Centrarse en una familia de gánsteres en el Birmingham de 1919 le dio a Steven Knight innumerables alegrías, convirtiendo Peaky Blinders en un fenómeno global y en una de las mejores series de la última década, sin olvidar la interpretación de Cillian Murphy, que ya forma parte de la historia televisiva. Si sumamos a esto Taboo, inspirada en la Compañía Británica de las Indias Orientales, SAS: Rogue Heroes, sobre la unidad más irreverente del ejército británico en el norte de África durante la Segunda Guerra Mundial, o Mil golpes, ambientada en el East End londinense de la década de 1880, queda patente que Knight se mueve como pez en el agua en el terreno de los period pieces, donde los hechos históricos dialogan con la ficción. No sorprende, por tanto, que el que escribirá el guion de la próxima película de James Bond, dirigida nada más y nada menos que por Denis Villeneuve, vuelva a ese registro que tan bien domina en La casa Guinness, su nueva serie para Netflix.

En España, como bien sabemos, el paladar cervecero suele decantarse por Cruzcampo, Mahou o Estrella Galicia (prometo que esto no es publicidad encubierta), pero en Irlanda la cerveza más consumida es Guinness, que es prácticamente un símbolo nacional. Esta serie no narrará los orígenes de esta popular bebida alcohólica, sino que nos sitúa en una suerte de momento post-Succession. Para ello, arranca precisamente en 1868, cuando la dinastía Guinness, una de las más célebres y longevas de Europa, atraviesa un punto de inflexión con el fallecimiento de Benjamin Guinness, nieto del fundador Arthur. Como consecuencia, sus cuatro hijos (tres hermanos y una hermana, como la familia Roy) se reúnen para escuchar un testamento que dictará quién hereda la emblemática cervecería y el vasto patrimonio familiar.

Desde su primer episodio, con la muerte de Benjamin como catalizador, se dibujan rápidamente y con claridad a estos cuatro herederos y sus dinámicas familiares: Arthur, interpretado por Anthony Boyle (Tolkien), es el primogénito, poco interesado en la fábrica y con un secreto que no tarda en desvelarse; Edward, a quien encarna Louis Partridge (Enola Holmes), es ese hijo lleno de planes de negocio y ambiciones, aunque algo solitario; Benjamin, papel que desempeña Fionn O’Shea (Dating Amber) es el borrachín de turno y poco más; y Anne, en la piel de Emily Fairn (Saturday Night), es la única hija en un mundo dominado por hombres.
De los cuatro, los ocho episodios de aproximadamente cincuenta minutos que componen la serie se centran en la pareja formada por Arthur y Edward, un estupendo tándem formado por el irlandés Boyle y el no irlandés Partridge que sorprende en este registro, mientras que los otros dos hermanos son retratados como personajes bastante unidimensionales que carecen de interés alguno.
Completan el reparto una galería de secundarios que incluye a Jack Gleeson –el inolvidable Joffrey Baratheon de Juego de Tronos– como Byron Hedges, clave en los planes de expansión de Guinness; un magnético James Norton (Rey y Conquistador) como Sean Rafferty, que aporta momentos puntuales de violencia peakyblinderesca; y Niamh McCormack (Dungeons & Dragons: Honor entre ladrones) como la feniana Ellen Cochrane.

Donde la serie tropieza es en su incapacidad para profundizar en los conflictos sociales de la Irlanda de la época. La tensión entre la familia Guinness, protestante y unionista, y la clase obrera feniana que lucha por la independencia de Irlanda, aparece esbozada de manera muy superficial. A ello se añade una cierta querencia por las subtramas amorosas, articuladas con un aire telenovelesco de sobremesa, que no necesariamente seducirá a todo tipo de público.
En cambio, la serie encuentra su verdadera esencia cuando se centra en la dinastía Guinness, en sus pugnas por expandir el negocio y en sus estrategias políticas, orquestadas casi en su totalidad por el carismático personaje de Partridge. Esta parte se sostiene, además, por un libreto de Knight, que incluso llegó a reunirse con una miembro contemporánea de la familia, Ivana Lowell, para insuflar autenticidad y credibilidad a la ficción.

Por su parte, el diseño de producción, el vestuario, el maquillaje y las localizaciones sumergen al espectador en la época: por un lado, los majestuosos castillos y los amplios y lujosos salones; por el otro, el humo negro que envuelve las calles, la grisácea fábrica y la pobreza que presenta un paisaje rural irlandés desolador. Y aunque la ambientación se mantiene rigurosamente fiel a la época, la serie se permite audaces pero extrañas licencias creativas en su banda sonora, con la inclusión de temas de Fontaines D.C. o Kneecap como puente entre la Irlanda del XIX y la contemporánea.

En definitiva, hay que brindar por Steven Knight, que siempre nos sirve historias inspiradas en hechos reales para los más curiosos, aunque en esta ocasión se quede un buen peldaño por debajo de la excelencia a la que nos tiene acostumbrados. Quedará por ver si Netflix se apunta también al brindis tras un final de temporada que deja la historia abierta y completamente inacabada.
NOTA: ★★★☆☆
«LA CASA GUINNESS» SE HA ESTRENADO HOY EN NETFLIX.
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