Crítica de la temporada 2 de ‘Percy Jackson y los dioses del Olimpo’: Una incursión en el Mar de los Monstruos que rompe la maldición de la saga cinematográfica.

Durante años, Percy Jackson fue un nombre maldito en el (nunca mejor dicho) panteón hollywoodiense. Era una de esas propiedades intelectuales con potencial de oro que podría haber alcanzado la categoría de fenómeno generacional, pero que, en unas manos equivocadas, se convirtió en un caso de estudio sobre cómo la industria puede vaciar de sentido una obra cuando decide «optimizarla» para el gran público. El resultado fue una adaptación desarraigada del espíritu de los libros, recibida con desdén por los fans (también por el propio Rick Riordan, escritor de la saga literaria, que no estuvo involucrado), y con una segunda entrega que selló el final prematuro de la franquicia. Un castigo de los dioses en toda regla.
Por fortuna, Percy Jackson y los dioses del Olimpo, la serie de Disney+, nace desde la autocrítica y el deseo de enmendar errores previos, con Riordan –ahora sí– supervisando activamente cada decisión creativa para garantizar que la esencia de sus novelas llegue intacta a la (pequeña) pantalla. Y se rompe, por fin, la maldición: con la tercera temporada ya en rodaje, la ficción televisiva superará la corta e infeliz vida de sus predecesoras cinematográficas.
Después de descubrir en su primera temporada que Luke (Charlie Bushnell), hijo de Hermes, había robado nada menos que el rayo de Zeus y de evitar, gracias a la ayuda de sus inseparables compañeros –Grover (Aryan Simhadri), un joven sátiro, y Annabeth (Leah Sava’ Jeffries), hija de Atenea– una guerra abierta entre dioses vengativos, Percy Jackson (Walker Scobell), el hijo de Poseidón, regresa al Campamento Mestizo para enfrentarse a una amenaza todavía mayor. La frontera mágica que protege este lugar secreto de entrenamiento para semidioses ha sido vulnerada, y Percy se ve obligado a embarcarse en un peligroso viaje por el Mar de los Monstruos –sirenas y una Circe que no es la Charlize Theron de La Odisea de Nolan de por medio– para rescatar a su mejor amigo desaparecido y encontrar el Vellocino de Oro, el único objeto capaz de frenar los planes de Luke y del titán Cronos.

Compuesta por ocho episodios, de los cuales se han visionado cuatro para esta crítica, esta segunda temporada, de tono aventurero y odiseico pensado para toda la familia, arranca con Grover en busca de Pan, el dios sátiro, antes de devolvernos a Percy y a su voz en off en primera persona, seña de identidad heredada directamente de los libros y que ahora adquiere una tonalidad más grave, reflejo del inevitable estirón que ha dado el joven actor estadounidense, pese a la velocidad de crucero con la que se están grabando las temporadas para evitar un efecto Stranger Things. De hecho, uno de sus guionistas bromeaba al respecto en una entrevista con The Hollywood Reporter: «No queremos a Percy con barba». En conversación con Radio Times, añadía el escritor: «¡Quiero ponerle ladrillos en la cabeza a Walker Scobell! Está creciendo muy rápido».

Siguiendo la estela de la primera entrega, esta nueva temporada sigue siendo un deleite para los lectores y muestra su mejor versión cuando abraza el mundo riordaniano. Desde el Taxi de las Hermanas Grises, vehículo compartido por tres ancianas que comparten un solo ojo, hasta el vínculo empático Percy-Grover, todo está cuidado al detalle. Si bien hay ciertos cambios respecto al texto original, estos responden a un interés por ahondar en los personajes, yendo más allá de lo que planteaba el libro en cuestión. Por ejemplo, Clarisse (Dior Goodjohn), hija de Ares, adquiere un protagonismo mayor, mientras que Luke gana presencia para que el público pueda comprender mejor sus motivaciones, y luego está la incorporación de Tyson, un cíclope que es todo un reto visual, solventado gracias a la carismática interpretación del recién llegado Daniel Diemer (¡nadie diría que tiene 29 años!), que roba todas sus escenas.

No obstante, siguen apareciendo los mismos problemas que vimos en la temporada inaugural. La fidelidad extrema al texto original dificulta la traducción al lenguaje audiovisual y el tono marcadamente Disney Channel impide que la obra seduzca a un espectador adulto desvinculado de la saga literaria. De todos modos, funcionará con notable eficacia entre su público objetivo: los lectores y los más pequeños de la casa que ya la respaldaron en su debut (ocho premios Emmy para Niños y Familias son buena prueba de ello).
En esta misma línea, los diálogos siguen siendo excesivamente expositivos y la puesta en escena de las secuencias de acción es, por lo general, acartonada, aunque hay excepciones dignas de mención, como la carrera de carros del episodio 2, uno de los pocos momentos en los que la cámara muestra dinamismo. A ello se suma un apartado visual que no aprovecha del todo las localizaciones reales ni el potencial del grandioso diseño de producción, mientras que la música machacona intenta amplificar inútilmente los momentos épicos y emotivos.

Con todo, Percy Jackson y los dioses del Olimpo cumple su cometido esencial: despertar la imaginación de los niños hacia el Campamento Mestizo y permitir a sus lectores ya no tan jóvenes revivir las peripecias del hijo de Poseidón como si fuera ayer. No es una serie perfecta, pero de seguro cuenta con la bendición de los dioses, y queda la esperanza de que Percy crezca a la par de su público en sus siguientes aventuras.
NOTA: ★★★☆☆
«PERCY JACKSON Y LOS DIOSES DEL OLIMPO» TEMPORADA 2, ESTRENO MAÑANA EN DISNEY+.
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