Crítica de la temporada 2 de ‘Platónico’: Comedia madura, pero sin perder la sonrisa.

Desde su desembarco en el mundo del streaming, Apple TV+ ha demostrado una inclinación particular por las comedias que combinan elegancia narrativa, personajes entrañables y un humor que nunca renuncia a la inteligencia. Lejos de la risa fácil, la plataforma ha apostado por un catálogo en el que destacan joyas como Ted Lasso, con su mezcla de optimismo y psicología emocional; Terapia sin filtro, donde el duelo y la salud mental se tratan con irreverencia y ternura; o Mythic Quest, una sátira laboral con tintes de delirio geek. En ese ecosistema, Platónico se ha consolidado como una de las propuestas más frescas, modernas y honestas sobre la amistad adulta. Una comedia que, sin grandes aspavientos ni moralejas forzadas, ha encontrado su voz en el diálogo punzante, las situaciones cotidianas llevadas al límite y el carisma indiscutible de sus protagonistas: Seth Rogen (The Studio) y Rose Byrne (Malditos vecinos).
Y es que, la participación de Rogen no parece ser casualidad dentro de esta estrategia. Con un historial consolidado en el terreno del humor adulto, Rogen se ha convertido en un comodín perfecto para Apple. Su presencia en Platónico supone la perfecta transición de su faceta más salvaje, visible en películas como Juerga hasta el fin o Pineapple Express, hacia una comedia más contenida y reflexiva, pero igual de sarcástica. Rogen no interpreta a un arquetipo, sino a un personaje emocionalmente complejo –Will– que encuentra en su relación con Sylvia (Byrne) un refugio en medio del caos. Y es precisamente en esa dinámica donde la serie encuentra su verdadera alma.


La segunda temporada de Platónico llega con la difícil tarea de no solo mantener el nivel de su predecesora, sino de evolucionar. Y lo consigue. El tono desenfadado y la comedia de situación siguen ahí, con diálogos ágiles, situaciones absurdas pero reconocibles y un ritmo narrativo que, aunque más pausado, gana en profundidad emocional. Pero lo más destacable es cómo la serie ha refinado su estructura, integrando un argumento más definido y orgánico que dota de mayor consistencia a los diez episodios. Ahora, las aventuras de Will y Sylvia no son simples episodios sueltos, sino capítulos de una historia que explora cómo dos adultos, aparentemente incompatibles, se necesitan más de lo que están dispuestos a admitir.
En este punto, es inevitable hablar de la química apabullante entre Rogen y Byrne. Ambos actores tienen una complicidad tan fluida que uno podría pensar que llevan décadas interpretando estos papeles el uno al lado del otro. Las miradas, las interrupciones cómicas, los silencios incómodos convertidos en gags… todo parece natural, como si la cámara solo hubiera capturado momentos espontáneos entre dos amigos reales.
Byrne, especialmente, encuentra en Sylvia un personaje riquísimo: madre de familia atrapada entre la rutina y el deseo de salirse del canon social. Su evolución en esta temporada, que la enfrenta a decisiones personales incómodas, es abordada con una madurez que no implica una renuncia al humor, pero tampoco le teme al drama liviano.
Will, por su parte, continúa transitando el limbo emocional que le dejó su divorcio, pero esta vez, enfrentando un nuevo y futuro matrimonio. Si en la primera temporada lo veíamos sumido en la crisis existencial post-separación, ahora lo encontramos intentando rehacer su vida con una nueva relación y una necesidad constante de no sentirse solo. Esta búsqueda lo lleva a situaciones tan patéticas como entrañables, incluyendo fiestas de compromiso donde se roba el protagonismo con trajes imposibles y raps improvisados que parecen sacados de una película-parodia de Jennifer Lopez –sin juzgar, This is Me Now: Una historia de amor–.

Uno de los grandes aciertos de esta segunda entrega es su puesta en escena más pulida y dinámica, que abandona cierto estatismo de la primera temporada para jugar más con los espacios y los escenarios secundarios. La dirección de Nick Stoller (¡Estáis cordialmente invitados!) –también cocreador de la serie junto a Francesca Delbanco (Eternamente comprometidos)– sigue siendo contenida, elegante, con encuadres que potencian tanto el gag como el gesto sutil. El uso de la música como elemento cómico –o como vía de catarsis emocional– también gana peso, sin caer en subrayados innecesarios.
Otro aspecto que refuerza esta nueva etapa es el enriquecimiento del elenco secundario. Luke Macfarlane (Bros) y Carla Gallo (4 días) mantienen la línea cómica con eficacia, quienes, lejos de convertirse en comparsas, y junto al resto del elenco secundario, generan nuevos focos de conflicto que permiten observar a Will y Sylvia desde otros ángulos, alejándose del riesgo de repetirse.

Pero quizá lo más interesante de esta temporada sea cómo la serie aborda con delicadeza y humor las zonas grises del afecto. ¿Es posible tener una amistad íntima y genuina con alguien del sexo opuesto sin que exista tensión romántica? ¿Hasta qué punto puede sostenerse una relación que parece llenar los vacíos que las parejas oficiales no logran cubrir? Platónico no responde a estas preguntas con pedantería o buscando la moraleja populista, sino con escenas incómodas, decisiones dudosas y gags cómicos.

En definitiva, la segunda temporada de Platónico no solo mantiene el nivel de su predecesora, sino que lo supera en muchos aspectos, especialmente en el desarrollo argumental, la riqueza de los conflictos y el tratamiento emocional de sus personajes. Es una serie que demuestra que la comedia, cuando está bien escrita y mejor interpretada, puede seguir siendo uno de los géneros más honestos y reveladores sobre las relaciones humanas. Y en ese sentido, Apple TV+ ha encontrado en esta historia aparentemente sencilla un nuevo emblema de su catálogo.
NOTA: ★★★★½
LA SEGUNDA TEMPORADA DE «PLATÓNICO» YA SE HA ESTRENADO EN APPLE TV+ CON SUS DOS PRIMEROS EPISODIOS, SEGUIDOS DE UNO NUEVO CADA MIÉRCOLES.
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