Crítica de ‘Silencio’: Eduardo Casanova sublima el estigma del VIH con una tragicomedia barroca, vampírica, cruda y luminosa.

¿Qué valor cabe esperar al volver a caminar sobre una misma cuestión, si no es el de colocar el interrogante en un lugar diferente? Con motivo del Día Mundial del SIDA, este 1 de diciembre, Eduardo Casanova, junto a Apoyo Positivo, estrena su miniserie Silencio en Movistar Plus+. Esta, alejada del relato convencional alrededor del VIH y el SIDA –donde se había construido un imaginario colectivo que afectaba sobre todo a hombres homosexuales–, sitúa en el foco de lo marginal a las mujeres.
Con su inconfundible barroquismo estético, Silencio articula una tragicomedia negra que subvierte los códigos del subgénero vampírico para alumbrar una realidad condenada al silencio. Plagada de simbolismo, la miniserie –compuesta por tres capítulos– traza un paralelismo entre una familia de vampiras y Triana (María León), una humana recién diagnosticada de SIDA. Cada una, desde su propia herida, trata de sobrevivir en una sociedad que, pese a su exagerado paso del tiempo, se empeña en silenciar a quienes se alejan del centro de lo normativo, cuando sus valores tradicionales se sienten amenazados.

Tal y como verbaliza la vampira encarnada por Ana Polvorosa (compañera de reparto del director y guionista en Aída) al inicio del primer capítulo, Las flores del infierno: «¿Acaso creéis que esta es la única vez que va a suceder en la historia?». En el ejercicio de remarcar ese paso del tiempo, en el que los mismos patrones se repiten, Eduardo Casanova lo materializa mediante el recorrido por tres épocas –la Peste Negra del siglo XIV, la crisis del SIDA en 1989 y la actualidad–, que funcionan como espejos. En cada salto temporal, queda claro que el verdadero mal no es la monstruosidad de las vampiras ni la enfermedad, sino la fuerza normativa que, encarnada en figuras como Felipe, impone el silencio, la ocultación y la «indetectabilidad» a quienes se desvían de lo establecido.

Desde lo formal, Silencio extiende un lenguaje audiovisual plenamente consciente de su propio artificio: encuadres precisos, una paleta saturada que va del rosa mortuorio al rojo visceral y un uso del blanco agresivo que prolonga búsquedas ya presentes en Pieles o La piedad. La puesta en escena convierte los espacios domésticos en pequeños teatros donde lo grotesco –enfatizado por prótesis y rasgos resaltados diseñados por Óscar del Monte (La tregua)– materializa el estigma social. Cada elemento visual funciona, así, como un acento de incomodidad y como una exposición deliberada de aquello que se considera fuera de la norma.
En paralelo, la música de Joan Vilà (Y todos arderán) –atravesada por canciones que intensifican el tono expresivo, como Que muera el amor, de Rocío Jurado, que transforma el inicio del segundo capítulo, Muera el amor, en un musical teatralizado, junto a Porque te vas, de Jeanette, y Piel de ángel, de Camilo Sesto– convierte lo sonoro en un detonante afectivo que complejiza las imágenes y amplifica su dimensión grotesca y emocional.

Así pues, Silencio despliega un ejercicio formal y narrativo que coloca el interrogante de una misma cuestión en un lugar distinto: en las mujeres, cuya expresividad se encuentra en la relación entre la Triana de María León (El caso Asunta) y la vampira Malva de Lucía Díez (Su Majestad), donde se abre un espacio para desestigmatizar y desplazar la mirada hacia las mujeres con VIH y SIDA, y hacia la representación de las parejas serodiscordantes.
A su vez, trata de romper con la extensa tradición cinematográfica que ha abordado el VIH –con títulos como Philadelphia, Dallas Buyers Club o Longtime Companion–, donde ha dominado un relato centrado en experiencias masculinas, dejando en la sombra otras vivencias dentro del propio colectivo. Del mismo modo que subvierte los códigos del canon vampírico –tradicionalmente dominado por figuras masculinas y por reglas inamovibles, como la vulnerabilidad al sol o a las estacas–, aquí la vampira es una mujer que descubre que ha vivido escondida de la luz sin necesitarlo, poniendo en evidencia las imposiciones que la han obligado a permanecer en silencio.

En definitiva, Silencio articula, a través de lo visual, lo sonoro y lo coreográfico, una misma pulsación estética que sostiene el núcleo de su discurso: asumir el artificio como herramienta política. La serie convierte lo grotesco en una vía de sensibilidad y eleva la exageración estética a un acto de resistencia, recordando que el artificio no disfraza la verdad, sino que la expone con mayor intensidad. Y es entonces, desde ese cruce donde lo íntimo se vuelve político, cuando resuena la frase de Triana a Malva en su tercer y último capítulo, Silencio: «Tienes que contárselo a tu madre, para que sepa que el mundo está cambiando, porque todo lo que te callas te mata por dentro», eco de aquella consigna que marcó la lucha en los años 80: Silence=Death.
NOTA: ★★★★☆
«SILENCIO», ESTRENO HOY EN MOVISTAR PLUS+.
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