CRÍTICA (72SSIFF): “La semilla de la higuera sagrada” (“The Seed of the Sacred Fig”)
El retrato de una ciudad a punto de colapsar.
En los últimos años, Teherán ha sido un foco de turbulencias políticas, con numerosas protestas, campañas políticas, y disturbios civiles. La clase social de la ciudad ha estado sometida a una tensión continuada, con ciudadanos enfrentados con las fuerzas policiales del Estado en defensa de sus aspiraciones de libertad. La semilla de la higuera sagrada, dirigida por el iraní Mohammad Rsoulof (La vida de los demás), se erige como una protesta hacia esta situación, conformando una película que utiliza un drama doméstico para realizar una crítica sobre la sociedad que el gobierno está creando. A través de la mirada de una familia en concreto, Rsoulof explora este desorden cultural de manera extensa, confeccionando un profundamente evocativo retrato de la vida en una ciudad donde la política y la estabilidad familiar penden de un hilo.
Con un inicio que sumerge a la audiencia en el convulsivo panorama socio-cultural de Teherán, los planos creados por Rasoulof capturan la energía inquietud al borde del colapso, mezclando el realismo casi documentalista con la ficción. A lo largo de la primera mitad de la cinta, vemos las calles plagadas de protestas, choques entre civiles y policías, y una división entre pueblo y estado que va en aumento. Un primer y segundo acto que se sienten inconmensurables, retratando ya no solo las revueltas políticas, sino también la erosión de las tradiciones culturales y la unión social. Todo ello, con el fin de crear una descripción de Teherán casi antropológica, en la que se disecciona una sociedad en caída libre, para contextualizar a la familia protagonista y el dramático desenlace que esta vivirá.
Para ello, el notable trabajo de montaje liderado por Andrew Bird (Oro Puro) navega entre lo ficticio y lo real a través de la combinación de escenas puramente ficcionales con imágenes reales capturadas y publicadas en las redes sociales sobre las protestas y manifestaciones en Teherán, borrando la línea entre narrativa y realidad. Una técnica que no solo da a la película un sentido intensificado de realismo, sino que además subraya la dura situación sociopolítica en la que viven los protagonistas. Integrando imágenes reales del conflicto, Rasoulof ahonda en la exploración del miedo y la paranoia que realiza la película, sugiriendo que el descenso hacia la sospecha y locura de Iman, uno de los protagonistas, es un espejo de la experiencia colectiva de una ciudad y una sociedad hostigadas.
Y es que, de la descripción general sobre el colapso de una sociedad, Rasoulof estrecha el foco y centra la narrativa de La semilla de la higuera sagrada en la familia de Iman (Misagh Zare), un juez de instrucción al servicio del gobierno que se encuentra en la yuxtaposición de la inestabilidad política y el debate moral interno que está viviendo. Un Iman al que le desaparece misteriosamente su pistola reglamentaria, algo que pasa de ser un pequeño accidente para convertirse en una crisis personal y familiar. El papel de juez de instrucción, normalmente asociado con la objetividad y el orden, es representado con ironía al dibujar a Iman como un hombre inseguro que comienza a dudar de su mujer e hijas, perdiendo todo atisbo de racionalidad en el camino. A medida que el caos público del exterior invade la privacidad del hogar, la familia se convierte en un grupo muestral de la desintegración social de Teherán. En ese sentido, Rasoulof vira hábilmente la película desde una vista panorámica de la ciudad hacia un cercano retrato de la desintegración de una familia.
Uno de los elementos clave de La semilla de la higuera sagrada es la facilidad con la que el guion escrito por el propio Rasoulof se sumerge en el contexto cultural de la ciudad. Teherán se convierte en un personaje más de la cinta, no solo como escenario de la misma. La tensión sociocultural, el peso de la tradición, las necesidades de modernización y la influencia de la región es palpable a lo largo de toda la narrativa. Unas capas contextuales que nunca son verbalizadas en exceso, sino que se sitúan entre las interacciones de los personajes y la opresiva atmósfera que se respira en cada escena. Así, Rasoulof consigue capturar la naturaleza claustrofóbica de una sociedad sumida en la paranoia, tanto política como personal, con extremada naturalidad y veracidad.
Una sensación de claustrofobia y tensión que va carcomiendo a los personajes a medida que su viaje avanza, y que explota de forma devastadora en la agónica conclusión que propone La semilla de la higuera sagrada. Y es que, Rasoulof no se limita a darle a sus personajes o a la audiencia una resolución fácil, sino que crea un acto final en el que la presión que se ha ido construyendo y ejerciendo durante toda la cinta culmina en una brutal catarsis. Un marco en el que colgar un cuadro sobre cómo la inestabilidad de una nación puede introducirse hasta en los espacios más íntimos, envenenando las relaciones y consumiéndolas por el miedo. Algo que perdurará en la mente de los espectadores más allá de los créditos finales, recordándole que el ser humano es un animal político, especialmente en tiempos de crisis.
Todo ello, apoyado en la contemplación e inmersión visual y tonal de La semilla de la higuera sagrada en la que Rasoulof adopta un camino deliberado al apostar por una puesta en escena que le permite crear tensión de forma lenta pero inexorable. El uso de largas escenas dibuja el mundo de la familia de Iman, haciendo sentir al espectador la misma sensación de progresiva incomodidad y desasosiego que consumen a los miembros de la familia. Sin embargo, a pesar del contemplativo punto de vista con el que se trata el tema, el espectador se siente cerca del punto neurálgico de la cinta gracias a los planos cortos que encapsulan las emociones que cada uno de los miembros de esta disfuncional familia está experimentando.
En definitiva, La semilla de la higuera sagrada se erige como un espeluznante y conmovedor retrato del día a día en Teherán durante los últimos años, una ciudad sumida en la inestabilidad política que reverbera en todos los aspectos de la vida. Desde lo social a lo familiar, Rasoulof muestra cómo los disturbios se manifiestan tanto en el ámbito público como en el privado, creando un paralelismo entre hombre y nación, ambos a punto de colapsar. Sin duda alguna, uno de los grandes títulos que nos deja esta edición del Festival de Cine de San Sebastián.
NOTA: ★★★★★
“LA SEMILLA DE LA HIGUERA SAGRADA”, ESTRENO PRÓXIMAMENTE EN CINES.
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