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CRÍTICA (28FestivalMálaga): «Jone, Batzuetan» («Jone, a veces»)

Un testimonio sobre el poder de la narración intimista.

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© Festival de Málaga

En los últimos años, el cine vasco ha emergido con fuerza como una de las apuestas más emocionantes dentro del panorama nacional. Con directores como Jon Garaño (Handia), Aitor Arregi (La trinchera infinita) o Estíbaliz Urresola (20.000 especies de abejas) que han ido ganando reconocimiento a nivel nacional e internacional, la industria ha conseguido confeccionar una identidad distintiva marcada por la exploración personal, la memoria colectiva, la identidad cultural y los conflictos humanos más íntimos. En este contexto, Jone, Batzuetan (Jone, a veces), la ópera prima (en solitario) de la bilbaína Sara Fantova (La filla d’algú), se establece como una contribución significativa –una que navega de manera deliberada a través de las complejidades familiares, la enfermedad y el amor– al abordar las temáticas que ésta plantea a través de los ojos de una joven que experimenta un verano tan crucial como transformador.

Fantova, conocida por su contemplativo y profundamente personal enfoque a la hora de contar historias, nos presenta una película que funciona tanto como una meditación sobre la enfermedad como exploración de la juventud. A través de una íntima y restringida dirección, confecciona un coming of age que, arraigado en el País Vasco, resuena de manera universal.

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© Festival de Málaga

A diferencia de otros filmes coetáneos que también exploran la madurez juvenil, Jone, Batzuetan no se apoya en la nostalgia o la idealización del concepto de juventud. En su lugar, representa un crudo y profundamente emocional retrato de una joven cuyo verano es definido por dos fuerzas contrapuestas: el estimulante descubrimiento del primer amor y la dolorosa asimilación de que la enfermedad que sufre su padre está alterando de manera progresiva la dinámica familiar.

Jone (interpretada con una majestuosa sutileza por el emergente talento que supone la figura de Olaia Aguayo) es una joven de 20 años, edad a la que el mundo debería de sentirse como un entorno de infinitas posibilidades. Sin embargo, la enfermedad de su padre lleva consigo una alargada sombra que eclipsa este momento de su vida. Mientras que su grupo de amigas disfruta de la euforia propia de la Semana Grandede Bilbao, Jone se encuentra en una caída libre continua debido a la situación que vive en casa. Y es que, su padre, en algún momento una figura que simbolizaba la fuerza y la confianza, se ve forzado a luchar contra la pérdida de esas facultades físicas que le dotaban de independencia. Un contraste entre libertad juvenil y la inevitable realidad de la enfermedad que crea una calma tensa palpable durante toda la cinta.

Sin embargo, Fantova no dramatiza este sufrimiento con grandes conflictos o confrontaciones melodramáticas. En vez de eso, se permite manifestarlo a través de los pequeños momentos: la forma en la que Jone duda antes de interceder por su padre, los silencios y pausas entre el padre y sus hijas cuando no consigue realizar actividades cotidianas o la sonrisa forzada con la que Jone trata de desdramatizar la situación a su hermana pequeña. Detalles que hacen que Jone, Batzuetan se entienda como una película profundamente humana, una capaz de entender el peso que supone madurar a la sombra del declive físico de un ser querido.

Y para ello, el enfoque usado por la directora bilbaína es contemplativo, apostando por largas tomas y actuaciones naturalistas que invitan a la audiencia a sumergirse en el mundo de Jone. Cada gesto, cada pausa, cada mirada fugaz tiene un significado. Su dirección permite que Jone, Batzuetan no se sienta tanto como un constructo narrativo, sino como una calmada observación de la vida real.

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© Festival de Málaga

Algo que se ve exponenciado por la puesta en escena intimista empleada por Fantova. La cámara busca captar cada mueca y matiz de las expresiones de Jone, capturando los sutiles cambios en su rostro a medida que se adentra en el emocionalmente turbulento verano. Hay una calidad casi documentalista en la forma en la que la película sigue a Jone, como si estuviéramos fisgando en momentos demasiado personales como para ser guionizados.

Momentos en los que Jone, Batzuetan balancea a la perfección el peso emocional de la situación familiar que vive la protagonista, con la calidez y excitación que le aporta su romance con Olga. Una relación que se desarrolla con ternura, otorgándole a Jone un escape temporal de sus responsabilidades y miedos. Sin embargo, e incluso en los momentos de mayor euforia romántica, se sigue apreciando un sentido de transitoriedad. Un recuerdo sutil de que Jone no puede escapar de la realidad eternamente.

Realidad descrita en un guion que, aunque simple en su superficie, posee grandes capas emocionalmente complejas. No pretende buscar ni aportar respuestas resolutivas sobre el conflicto interno de Jone de manera convencional. En vez de esto, abraza la incertidumbre de su situación, retratando la dificultad de aceptar las consecuencias de una enfermedad como el Parkinson.

Para ello, Fantova evita la sobreexposición, confiando en la audiencia a la hora de reaccionar a los cambios de perspectiva que sufre Jona a través de acciones, no de diálogos. Así mismo, Jona, Batzuetan no ofrece ningún tipo de resolución dramática o una gran catarsis final. La película deja al espectador con una sensación de aceptación, de un entendimiento de que el viaje de Jone no se trata de darle la vuelta a la enfermedad de su padre o escapar de sus responsabilidades, sino que requiere de un aprendizaje para sintonizar la alegría y tristeza presente en su vida.

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© Festival de Málaga

Por todo ello, Jone, Batzuetan es una delicada y conmovedora exploración de la familia, la enfermedad y la agridulce naturaleza de madurar. La dirección de Sara Fontoba rezuma una magistral contención, permitiéndole –a la historia–respirar a través de los silencios y sutiles gestos. Un recuerdo de que los coming of age no tratan siempre de la rebelión o el auto descubrimiento, sino que también tratan del aprendizaje de vivir con la pérdida, el cambio y la comprensión de que algunas cosas están fuera de nuestro control.

NOTA: ★★★★★

«JONE, BATZUETAN», ESTRENO EN CINES PRÓXIMAMENTE.


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Mario Hernández

Mario Hernández

Cinéfilo granadino de la generación del 98 (1998 más concretamente), amante del cine independiente y las grandes sagas. Entusiasta de una buena sesión de peli y manta, soy graduado en Economía por la Universidad de Granada (UGR) con nivel C1 de inglés. Actualmente, estoy realizando el curso de Crítica de Cine en la Escuela de Escritores de Madrid.