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Crítica de ‘Tron: Ares’: Un minuto de silencio para los fans (y defensores) de ‘Tron: Legacy’.

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© Disney

Puedes opinar lo que quieras sobre la saga Tron –al final, para gustos, los colores–, pero lo que no es debatible es que, en términos tecnológicos, es una franquicia cinematográfica revolucionaria. La Tron original (1982) abrió nuevos caminos al ser la primera película en utilizar de forma extensiva imágenes generadas por ordenador (CGI), y su secuela, Tron: Legacy (2010), mantuvo ese espíritu pionero con el rejuvenecimiento digital de Jeff Bridges mediante la captura de movimiento. Ahora, quince años después, llega Tron: Ares, y digamos que revolución tecnológica, lo que se dice revolución, absolutamente ninguna. Y tampoco esperes que vaya a revolucionar lo más mínimo con su premisa, sustentada en un libreto de lo más simple firmado por Jesse Wigutow (Daredevil: Born Again).

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En Tron: Ares, Julian Dillinger, interpretado por Evan Peters (X-Men), CEO de Dillinger Systems, compite con uñas y dientes contra Eve Kim, encarnada por Greta Lee (Vidas pasadas, The Studio), CEO de ENCOM, en una carrera por descubrir cómo trasladar programas complejos de la red al mundo físico de forma permanente. Imagina una súper impresora 3D de proporciones colosales capaz de materializar cualquier cosa, pero cuyas creaciones, sin embargo, se desintegran a los 29 minutos exactos. Está claro que lo del tiempo limitado es un gran inconveniente, y por eso mismo estos dos multimillonarios tecnológicos, con intenciones completamente opuestas –Dillinger quiere militarizar la IA; Kim sueña con fines humanitarios–, luchan por hacerse con el llamado «código de permanencia», software creado por Kevin Flynn (Jeff Bridges). Y, naturalmente, entra en juego el Ares de Jared Leto (Morbius), uno de esos programas efímeros que obedece a Dillinger y cuya misión es robar el código de Kim en cuanto ella lo descubre.

Veréis que poco o nada de esto recuerda a las dos películas anteriores de Tron, donde, en muy resumidas cuentas, el eje narrativo giraba en torno a un personaje transportado a las entrañas de un ordenador, enfrentándose a un programa tirano que dominaba el llamado «Grid», o la red.

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© Disney

Aunque Tron: Ares arranca con el sello de la casa –ese castillo de Disney en estilo Grid, ahora teñido de rojo en lugar de azul– y una secuencia inicial cuyas primeras palabras cualquier fan podría recitar de memoria («La red. Una frontera digital»), pronto deriva hacia un territorio narrativo que, siendo honestos, se siente más como un soft-reboot que como una continuación legítima de Tron: Legacy.

El relevo creativo deja, además, un regusto verdaderamente amargo. Para reemplazar al experimentado Joseph Kosinski, artífice de Tron: Legacy y responsable de blockbusters como Top Gun: Maverick y F1: La película, Disney entrega la batuta a Joachim Rønning, cineasta noruego cuya relación con las secuelas es, cuando menos, irregular. Ya lo había dejado patente con Piratas del Caribe: La venganza de Salazar y Maléfica: Maestra del mal, y aun así la casa del ratón sigue confiándole franquicias de alto calibre (¡bendita paciencia la nuestra!).

Y es que, la dirección mediocre de Rønning salta a la vista en las escenas de acción, con un abuso de primeros planos que resta toda epicidad. El traslado de la acción al mundo real –algo inédito en la saga– se resuelve en combates de discos que no transmiten ni un ápice de emoción, carreras urbanas a bordo de motos de luces sin frenetismo (lo más destacable: cuando la pared de luz de la moto de Ares parte un coche patrulla en dos y el, nunca mejor dicho, a-tron-ador diseño de sonido) y un final boss al más puro estilo Marvel que, absurdamente, pilota la clásica nave conocida como «reconocedor» (porque, claro, había que introducirla de alguna manera para marcar la casilla del fanservice).

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© Disney

Todo esto se distancia dramáticamente de las secuencias memorables e inspiradas, tanto visual como coreográficamente, de Tron: Legacy, pero, sobre todo, Tron: Ares traiciona el espíritu del universo Tron. Donde antes había un Grid vibrante y palpitante –un mundo de videojuego que respiraba vida en cada píxel, con la Ciudad Tron, sus clubs cyberpunk, combates gladiatoriales de discos de luz y vertiginosas carreras de motos de luces–, ahora encontramos un Grid desangelado y sin alma. Porque no basta con bañar los escenarios en luces de neón rojas o azules, ni con un guiño a la Grid ochentera, ni con un cameo casi simbólico de Jeff Bridges. Lo único que aprueba es la funcional banda sonora de Nine Inch Nails, que aun así queda a años luz de la de Daft Punk de Tron: Legacy.

Imagen de la película Tron: Ares
© Disney

Los más fieles seguidores de la saga saldrán del cine con varias preguntas: ¿no habría sido mejor haber hecho una secuela con Garrett Hedlund y Olivia Wilde? ¿Qué fue del hijo de Dillinger, interpretado por Cillian Murphy en la anterior película? ¿Por qué los programas se comportan como la IA de moda que nos suelen vender –fría, robótica– que como los habitantes del Grid –más humanos, con más emociones– de las dos entregas anteriores? ¿Y, en serio, dónde está Tron? Los recién llegados, en cambio, probablemente se conformen con una película de ciencia ficción genérica. Quizá hasta les parezca entretenida. Pero para quienes llevamos años soñando con volver al Grid, el regreso no ha sido el mejor y no cumple con las expectativas.

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© Disney

En definitiva, Tron: Ares es una decepcionante continuación de la saga. De biodigital jazz, ni rastro. Te quedarías a vivir, o al menos a perderte un rato, en el Grid de Tron: Legacy, pero no en los de Tron: Ares, y ahí precisamente radica el problema. Y, claro, por algo Ares acaba cogiéndole el gustillo al mundo real.

NOTA: ★½

«TRON: ARES», YA EN CINES.


TRÁILER:

PÓSTER:

Póster de la película Tron: Ares
© Disney

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Marta Medina

Marta Medina

Graduada en Estudios Ingleses por la Universidad de Sevilla (US) y con un nivel C2 de inglés. Fundadora de mundoCine con diferentes roles como crítica, redactora y gestora de redes sociales. Amante del cine y seguidora de la temporada de premios y festivales de cine. Tomatometer-Approved Critic.

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