CRÍTICA: “Aquaman y el Reino Perdido”
La despedida amarga del DCU.
En 1982, Eddie Murphy (“Navidad en Candy Cane Lane”) y Nick Nolte (“El cabo del miedo”) protagonizaron “Limite: 48 horas”. Una película dirigida por Walter Hill (“The Warriors”) en la que un detective malhumorado y un timador se ven obligados a colaborar durante las siguientes 48 horas con el fin de dar caza a unos criminales sin escrúpulos que han conseguido escapar de prisión. Una cinta considerada como la “buddy movie” por excelencia, que dio pie a un sin fin de películas con premisas similares, y que, en el ocaso del DCEU (Universo compartido de DC) tal y como lo conocemos, el director James Wan (“Maligno”) toma como referencia principal para construir esta “Aquaman y el reino perdido”.
Una película que funciona como la secuela de la “Aquaman” de 2018, y que en esta ocasión, nos muestra a un Arthur (Jason Momoa) que se ve obligado a colaborar con Orms (Patrick Wilson), su hermano al que años atrás despojó del trono de Atlantis, con el fin de pararle los pies a Black Manta (Yahya Abdul- Mateen II), quien, cegado por la venganza hacia Aquaman, intenta traer de vuelta a una fuerza antigua y malévola que pone en jaque el destino medioambiental de la Tierra. Una dupla que tendrá que echar a un lado sus diferencias por el bien común, en una aventura que los llevará hasta los confines de lo conocido.
Una aventura del todo insulsa y simplista que se apoya en un guion escrito por David Johnson (“La huerfana”) lleno de clichés y diálogos intrascendentalmente planos, donde la omisión narrativa de muchos sucesos y acontecimientos por los que se pasan de puntillas a lo largo de las dos horas de metraje, convierten a esta secuela de “Aquaman” en una “buddy movie” inconexa y con numerosas conveniencias de guion. Unas conveniencias que hacen avanzar la trama (en ocasiones de manera demasiado forzada) hacia secuencias de acción muy bien coreografiadas, a las que James Wan sabe dotar con su toque personal cargado de dinamismo visual, pero que en ocasiones se extienden más de lo que deberían.
Un James Wan que no esconde las verdaderas pretensiones de la película, pero al que los continuos reshoots a los que ha sido sometida su obra le han jugado una mala pasada. Unos reshoots que nos dejan una cinta con un desarrollo confuso, en el que no se termina de conocer lo que se está proponiendo. Una amalgama de tonos y subgéneros cinematográficos (desde una ‘feel good movie’ hasta un drama con tintes de cine de terror) compactados y entremezclados de manera artificial que se centra en explotar el apartado visual, buscando la epicidad intrascendente en las secuencias de acción (donde paradójicamente recae la mayor carga cómica de la película), amenizadas por una banda sonora “buenrollera” capaz de transmitir la esencia del personaje principal.
Un apartado visual dispar, sobresaturado de un CGI en ocasiones bien pulido, en ocasiones con remaches que apuntalar, que te dibuja el mundo submarino de Atlantis de manera ciertamente inmersiva, pero al que no se le termina de sacar todo el provecho que sí que se supo explotar en la precuela. Eso sí, junto con la banda sonora y la puesta en escena, sabe captar esa dualidad tonal que emanan los personajes de Black Manta y Aquaman. Cada personaje tiene un aura totalmente distinta (el villano una más oscura, el rey de Atlantis una más vivaracha) que se ve plasmada de manera sensorial a las mil maravillas en la gran pantalla.
En definitiva, “Aquaman y el reino perdido” sabe recuperar el tono comiquero y buenrollero del personaje interpretado por Jason Momoa que pudimos ver en la anterior entrega, pero plasmándolo en una cinta narrativamente insulsa y, en grandes momentos, inconexa, donde los artificios visuales no son suficientes para hacernos mirar hacia otro lado. Una película con más sombras que luces para dar carpetazo a un DCEU que nunca llegó a despegar de manera exitosa.
NOTA: ★★☆☆☆
“AQUAMAN Y EL REINO PERDIDO”, YA EN CINES.
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