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CRÍTICA: “Dìdi”

Lo importante de la juventud.

© Focus Features

El género del coming-of-age ha sido indagado en los últimos diez años de múltiples formas. Teniendo ejemplos como Aftersun, Boyhood o La maternal, entre otros tantos títulos a destacar, apreciamos que la preadolescencia y adolescencia han servido como móviles para explicar una problemática social o económica, entre otros muchos casos, a través de los ojos de la inocencia. Es así, que en su ópera prima, Dìdi, a medio camino entre Mid90s y Minari, el director Sean Wang ha creado un título en el que esta etapa de la vida sirve como memoria, pero también como retrato y tributo. Dicho cineasta, taiwanés-estadounidense, ha seccionado la historia verídica de su familia inmigrante en Estados Unidos, y ha vuelto a esos 2000 del MySpace y el Youtube primigenio con el relato de un niño que, sin saberlo, pasaría de grabar vídeos de skate a presentar su película en la pantalla grande.

Dìdi es el apodo familiar de Chris Wang (interpretado por Izaac Wang), un chico de 13 años con ascendencia taiwanesa que vive con las tres mujeres de su vida: su abuela, su madre y su hermana. Con ésta última a punto de marcharse a la universidad y con un padre ausente que trabaja en Taiwán, Wang Wang, como le conocen sus amigos, pasa el tiempo sin saber muy bien qué hacer en una época de despedidas, privaciones y nuevos comienzos. Vídeos en internet, skateboarding y los primeros amores surgen a finales de los 2000, una década en la que el protagonista comienza la educación secundaria, tiempo en el que sus amigos de toda la vida irán poco a poco desapareciendo, en un momento donde nada es estable.

© Focus Features

De esta manera, y en el transcurrir de las horas de vacaciones antes de su primer día de instituto, Wang Wang es un niño que está entrando en la adultez de una forma que no es desagradable, pero tampoco confortable. Un punto de partida que, si bien se asemeja mucho, como ya decíamos, a Mid90s, encontramos en la historia de Sean un espacio diferente, un lugar menos artificioso e idealizado. Una forma clara de entender este tipo de subgénero como ya lo hizo Bo Burnham en Eight Grade. El guionista trata este periodo vital de su personaje con la crudeza que muchos recordamos de nuestra entrada en la adolescencia, sin perder la nostalgia en las pequeñas cosas con las que crecimos, con las que nos sosteníamos, pero sabiendo que no fue la mejor época de nuestras vidas.

© Focus Features

Las horas pasadas en Habbo Hotel. Los vídeos guardados en la lista de Eddisplay y Rubius. La esencia del que nace sin internet y aún es inocente –no como ahora–. Ese es el primer punto a destacar de esta película, que le da la relevancia que merece a la juventud, no mitificándola, pero tampoco anulándola. Un punto bastante sano al que le sigue el tema de la familia y la inmigración.

En este segundo valor, sobre todo, oscilan las relaciones femeninas dentro de un núcleo familiar donde las causas sociales impiden que el protagonista tenga un referente paterno. En un contexto donde la exclusión está en un segundo plano, pero siempre presente –y de manera no impostada–, apreciamos que las costumbres familiares y las tradiciones culturales tienden a esconderse. Todo lo de dentro de casa se queda dentro de casa y lo de fuera es otro mundo. Un equilibrio total que describe muy bien cómo somos de adolescentes, tendiendo a ocultar lo que nos avergüenza y, qué curioso, que lo que a muchos jóvenes les da motivo de timidez es su propia identidad. Quizás el valor que se le da a la mocedad en primer lugar, nos hace entender que no todo es perfecto en este segundo punto, y que da paso al tercero.

Porque si alguien esconde lo que es, llegará algún instante en el que no podrá ocultarlo más. Y aquí surge la tercera pata sobre la que se sujeta este lienzo: la identidad del cineasta, los inicios de alguien que tenía alma de artista. Para mí, el trasfondo de Dìdi, además de la cuestión generacional y la familia, transcurre en la voz que Sean Wang recrea de sí mismo cuando era joven y no sabía cuál sería su camino, aunque lo tuviese siempre frente a sí. El chico que grababa todo lo que le ocurría: las bromas con sus amigos, a los mayores con el skate y las horas aprendiendo a montar todos esos fragmentos.

© Focus Features

De esta manera, vemos cómo esta ópera prima, Dìdi, se cose a través de un hilo conductor cerrado. Un título perfecto que hace honores al cine de adolescencia, donde el arte sirve como vía de escape en una sociedad que oprime, pero que, en el fondo, te hace reconectar con tus raíces siempre que una madre, o una hermana, te recuerden por qué existes. Un total acierto que ha de recomendarse con creces si eres fanático de este tipo de género. Te confirmo que no te arrepentirás.

NOTA: ★★★★☆

“DÌDI”, YA DISPONIBLE EN PLATAFORMAS DE COMPRA Y ALQUILER.


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© Focus Features

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Álvaro Campoy
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Álvaro Campoy

Crítico de cine desde 2019, con presencia en festivales como Málaga y San Sebastián. Apasionado de la psicología y la literatura, estudió dirección y producción cinematográfica en su ciudad natal, Málaga. Actualmente trabaja en la distribución independiente.