CRÍTICA: “El Asesino del Juego de Citas” (“Woman of the Hour”)
Un criminal en televisión, el dolor en el cine.
El fundamento del cine, desde que una idea nace hasta que se desarrollan los últimos matices para distribuir una película, es un arduo y complejo camino que solo algunos – los cineastas – se atreven a cruzar. Ni qué hablar de cuando estos senderos se trazan siendo principiante. Este es el caso del salto de fe que ha tomado Anna Kendrick en su primera película como directora, Woman of the Hour, traducida al español como El asesino del juego de citas.
Una ópera prima que sigue los pasos de una historia verídica: el caso real de un asesino, Rodney Alcalá (Daniel Zovatto), que con más de 130 homicidios a sus espaldas decidió presentarse a un programa de televisión en busca de pareja. Paralelamente, una chica que sueña con ser actriz (Anna Kendrick) se verá obligada a acudir al mismo programa, donde conocerá más en profundidad lo carismático que puede ser un criminal.
Un género en el que la joven directora sorprende gratamente, sin tener mucho bagaje en él, donde la estela de también aparecer como intérprete principal ha tenido que suponer todo un reto a la hora de dejar de lado el apartado creativo y por otro el de ejecución. Kendrick (Dando la nota) parece tener las ideas claras tras muchos años como actriz y productora ejecutiva en multitud de largometrajes. La falta experiencia de la artista en este género no quita que la experiencia en otros campos de esta artista le haya llevado a ganar una visión más abierta del cine, y ello se nota en su concepción y composición de la imagen.
Pero, antes de seguir hablando del apartado más técnico, es importante centrarse en la historia y, sobre todo, en el guion. Trabajar cinematográficamente sobre un caso real es algo que puede ser muy complejo en multitud de vertientes para el cineasta. La primera de ellas es, obviamente, cómo se quiere reflejar la idea de la maldad y los motivos del asesino. En este apartado es Ian MacAllister McDonald (Some Freaks), guionista del título, el encargado de visibilizar la imagen de un despiadado y frío antagonista, que se vuelve en la mayoría del tiempo rol central de una historia en el que las víctimas también tienen trasfondo. Y aquí es donde interconecta el segundo punto, que huye un poco del cliché: el personaje femenino víctima no es solo una figura sumisa.
Se podría decir que este largometraje ha entendido bastante bien las capas y niveles de la creación escrita. Quizás medio trabajo de Kendrick y medio trabajo de MacAllister han concurrido en una comunicación fluida sobre ciertos aspectos más que relevantes a la hora de construir a estos personajes, y que a través de ellos crezcan las historias. Dando por sentado que dicha cinta está basada en hechos reales, todo parece partir desde un punto más fácil, pero recrear en vez de partir desde cero es algo complejo y aquí es donde la directora toma sus credenciales: todos sus protagonistas tienen al menos unos minutos en pantalla para demostrar de dónde vienen, solidificar su trasfondo y mostrarse, pese a acabar en el destino fatídico que se le rinde – algo que recuerda mucho a los Coen.
El asesino de juego de citas supera muy bien estas dos balizas primarias de complejidad y hasta le hacen ser una historia interesante, pero también a cada puerco le llega su san Martín. El tercer espacio que hace que esta película cojee consta en la hiperestimulación actual sobre historias de asesinos. Viniendo de series multi galardonadas como es el caso de Dahmer, obra creada por otra gran bestia como es Ryan Murphy y sostenida por un grandioso Evan Peters, al que le llovieron los premios, vemos que los 2020s han sido un foso de docu-crímenes y ficciones basadas en hechos reales por un tubo. Y en el carácter narrativo, esta historia parece languidecer, como otras tantas, y posiblemente haciéndola olvidable. Una pena.
En este aspecto, quizá se pueda salvar el gran trabajo de composición y luz otorgado por Zach Kuperstein (No te muevas). Aquí vemos, sin lugar a dudas, un ejemplo que se comentaba antes: los hermanos Coen. Y es que pocos matices diferencian el trabajo en cámara al que realizó Roger Deakins en No es país para viejos; ese maravilloso thriller con un asesino despiadado interpretado por Javier Bardem que le mereció nada más y nada menos que una estatuilla al Oscar. El caso es que, si bien posee alguna fisura, esta película encuentra tiritas y apósitos en lo importante del cine: la imagen. Planos muy bien cuidados que compactan perfectamente y en armonía con el guion: la cámara se aleja cuando debe, se acerca también cuando debe y también, conociendo todas estas reglas, se ubica en los espacios en los que no debería. Romper y posicionarse tras esa rotura es atractivo para el que tiene el ojo entrenado y, en este caso, se trata del mayor aliciente para el espectador.
En definitiva, la ambientación lo es todo. Los visuales de la ópera prima de Anna Kendrick logran eso mismo: dar una atmósfera terrible en los mejores lugares. Las pesadillas se convierten en amargas representaciones del dolor de una historia que es preciosista en su trabajo de fotografía y que es absolutamente desoladora por la historia real que esconde detrás – aunque nos la hayan contado ya en multitud de ocasiones.
NOTA: ★★★½
“WOMAN OF THE HOUR”, YA EN PRIME VIDEO.
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