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CRÍTICA: “Miocardio”

Ensayo y error para enamorarse mejor.

© Flamingo Comunicación

La comedia romántica es un género en apariencia liviano, casi intrascendente, pero que en los casos más afortunados –como el que nos ocupa– esconde una mayor carga emocional y un repertorio de reflexiones más profundo de lo que podríamos esperar. Al fin y al cabo, estas películas tienen como objeto principal el amor y las relaciones de pareja, y eso sin duda no es un asunto menor.

Miocardio cuenta la peripecia romántico-existencialista de Pablo, un novelista cuarentón en plena crisis creativa (y vital), que recibe la(s) visita(s) de Ana, una ex que actúa como una especie de Fantasma de las Navidades Pasadas. Ana, con su actitud juguetona y chispeante, pero también batalladora, le obligará a replantearse sus errores, forzándole a aprender a enamorarse cada vez mejor, en un bucle de ensayo y error que les regala el destino.

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Para contar esta historia, José Manuel Carrasco (El diario de Carlota) juega con elementos tan variados como el Atrapado en el tiempo de Harold Ramis –incluso la estructura de cada una de las repeticiones o bucles es muy similar–, ecos de cine francés de Amour fou al más puro estilo Truffaut y conceptos filosóficos como el eterno retorno postulado por Nietzsche. En esta teoría todas las situaciones se repiten por toda la eternidad, lo cual resultaría bastante desalentador si vemos la deriva actual de la civilización, todo sea dicho. Además, Carrasco trufa toda la historia de referencias metanarrativas, de juegos constantes que emparejan la escritura de un guion con los propios avatares de la vida. En este sentido, los personajes sueltan líneas de diálogo como «el detonante es necesario para que todo vuelva a empezar» o «ya estamos en el segundo acto», que funcionan a la perfección en este cuento sentimental, que no sentimentalista.   

El director se apoya en dos elementos fundamentales para que el trayecto llegue a buen puerto: el guion, a través de unos diálogos muy trabajados, frescos, afilados y tiernos a la vez, y, sobre todo, la brillante dirección de actores. Y es que Vito Sanz y Marina Salas resultan una pareja con una qúimica-cómica perfecta. Sanz (nominado al Goya por Volveréis, con la que Miocardio comparte vasos comunicantes) se ha convertido sin duda en uno de los mejores actores del panorama actual, aportando a sus personajes una gama de matices que van de lo divertido a lo patético, de lo humano y desesperado hasta lo más tierno, recordando al Tom Hanks más brillante en su etapa de actor de comedia. Y Marina Salas (sensacional por cierto, en otro registro en Yo, adicto) es aquí una especie de hada traviesa con grandes dósis de ironía y mala leche –sus risotadas son extrañamente contagiosas– y cuyos mensajes con carga de profundidad no tienen desperdicio. 

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En papeles de reparto, encontramos al gran Luis Callejo (La casa), un actor que podría expresar veracidad y emotividad si recitara un prospecto médico, y que aquí ejerce de narrador extra/intradiegético que reflexiona sobre la propia historia y sus mecanismos. También a Pilar Bergés (Daniela Forever), que en muy pocos minutos consigue transmitir drama y comedia con gran cercanía. 

© Flamingo Comunicación

En resumen, Miocardio se muestra como una propuesta sincera y honesta, sencilla que no simple,  con una gran dosis de humanidad y calidez. Una película de pequeños detalles y hecha desde el corazón, algo cada vez menos habitual en tiempos de mercados de la carne en forma de apps y “fast love” de usar y tirar. Una historia que nos invita a no perder la ilusión y seguir intentándolo por mucho que nos equivoquemos. Y es que, como dice el personaje de Luis Callejo, tenemos que darnos «la oportunidad de estar vivos otra vez».

NOTA: ★★★★☆

“MIOCARDIO”, ESTRENO MAÑANA EN CINES.


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Pablo Fernández Barba
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Pablo Fernández Barba

Guionista y Profesor de Guion, el cine es mi pasión irrenunciable y la escritura en sus diversas variantes, mi oficio. Soy Diplomado en Guion por la Escuela de Cine de Madrid (ECAM) y cuento con diversos libros de relatos publicados. La crítica de cine me ha acompañado desde niño y me parece un juego divertidísimo. Mando callar en las salas de cine, mi templo personal.