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Crítica de ‘Hasta que me quede sin voz’: El eco humano de un artista al borde del silencio.

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En la iconografía musical española contemporánea, pocos nombres resuenan con la autenticidad y el pulso emocional de Leiva. Heredero del rock castizo que inauguraron artistas como Burning o Los Rodríguez, y de la melancolía urbana de Sabina o Calamaro, el músico madrileño ha construido una identidad que trasciende la mera etiqueta de «cantautor». Leiva pertenece a esa rara estirpe de artistas que han sabido convertir la vulnerabilidad en un relato estético: sus letras, bañadas en honestidad y nostalgia, no solo cuentan historias de amor o pérdida, sino que retratan una generación que creció entre vinilos y resacas. Entre los últimos ecos del rock romántico y la inmediatez del pop digital.

Desde su irrupción con Pereza a principios de los 2000, hasta su consagración en solitario con discos como Diciembre, Nuclear o Cuando te muerdes el labio, Leiva se ha mantenido fiel a un ideario sonoro propio: guitarras crujientes, melodías con alma y una voz rasgada que se ha vuelto inconfundible. Su figura, de sombrero ladeado y actitud entre el descaro y la introspección, se ha convertido en símbolo de una autenticidad que pocas veces sobrevive al éxito. Por eso, Hasta que me quede sin voz no es solo un documental sobre un artista. Es un autorretrato sobre lo que significa aferrarse a la pasión cuando el cuerpo empieza a poner límites.

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Dirigido y guionizado por Mario Forniés (Secuestrados), Lucas Nolla (Infiesto) y Sepia, tres nombres muy cercanos al entorno del músico, el documental –producido por Movistar+ y Blur Films– propone una inmersión total en la intimidad de Leiva. No hay entrevistas externas, ni voces en off que expliquen o interpreten. El relato nace de él mismo, de su voz, de su mirada y de su silencio. La cámara lo acompaña durante meses, quizá años, registrando más de quinientas horas de material que, una vez destiladas, componen un retrato tan imperfecto como honesto.

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Y es que, el punto de partida es contundente: un problema irreversible en una de sus cuerdas vocales amenaza con alterar su carrera. Lo que podría haberse convertido en un melodrama o en una hagiografía complaciente, se transforma aquí en una exploración sobre la fragilidad del artista y la persistencia de la creación. El título, Hasta que me quede sin voz, funciona a varios niveles. Por un lado, es una declaración de amor al oficio, un acto de resistencia y, por otro, una aceptación serena del desgaste.

Los tres directores imprimen una mirada coral y complementaria. Forniés, desde su experiencia al frente de Blur, aporta una estructura sólida y un control narrativo que evita el caos de lo íntimo; Nolla, con su sensibilidad de montador, encuentra un ritmo emocional preciso, donde cada silencio pesa tanto como una confesión; y Sepia, fotógrafo y realizador con una estética muy marcada, dota al conjunto de una potencia visual que roza la poesía. Su cámara se acerca con respeto, casi con devoción, a los espacios cotidianos de Leiva: una habitación, un estudio, una carretera, o una conversación a media voz.

El resultado es un documental que rehúye la grandilocuencia del mito para abrazar la fragilidad del hombre. Hay momentos en los que Leiva se muestra exhausto, preocupado, incluso vulnerable, pero nunca derrotado. El espectador asiste a un proceso de autoexploración donde la música se convierte en refugio y terapia. La secuencia en la que ensaya una canción nueva, consciente de que su voz ya no responde igual, resume a la perfección el espíritu de la cinta. Una cinta que dibuja a un artista que sigue creando desde la fisura, desde la herida, y desde la fe en la emoción.

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Visualmente, la película se aleja del registro televisivo o del videoclip para adentrarse en un terreno casi cinematográfico, donde la textura, la luz y el encuadre se ponen al servicio del estado anímico. Sepia filma con una delicadeza que recuerda al documental musical de autor –más cerca de One More Time With Feeling de Andrew Dominik que de un making of al uso–. La fotografía apuesta por una paleta cálida, con tonos terrosos y melancólicos, que refuerzan la sensación de cercanía. La cámara no irrumpe, acompaña. No invade, observa.

Lucas Nolla, por su parte, demuestra una comprensión profunda del ritmo narrativo emocional. El montaje no busca la cronología, sino la resonancia. Y para ello, alterna el presente de la gira con recuerdos de infancia, con imágenes de archivo, o con pausas que respiran. El resultado es un retrato que fluye como una canción de Leiva: con versos tristes, estribillos luminosos y finales abiertos.

Mario Forniés, desde su rol más estructural, logra que todo ese material se sostenga sin perder coherencia. Su experiencia en publicidad y en la dirección de proyectos de gran formato se nota en la precisión con la que equilibra lo visual y lo narrativo. Sin embargo, lo más destacable de su aportación es haber preservado la intimidad del relato, sin convertirlo en un producto. Forniés, Nolla y Sepia entienden que la cercanía con el artista no debe derivar en complacencia, y el documental agradece esa honestidad.

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A nivel emocional, Hasta que me quede sin voz es un viaje de ida y vuelta. De la euforia del escenario al silencio del camerino. Del ruido de la multitud al susurro de la duda. Hay una melancolía constante, pero también un sentido de celebración, donde la conciencia de que cada concierto, cada acorde, y cada palabra cantada puede ser la última. En ese sentido, el documental se convierte en un canto a la persistencia del arte como forma de vida, incluso cuando la materia –la voz y el cuerpo– empieza a ceder.

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En última instancia, Hasta que me quede sin voz es un testamento artístico y humano, un documento sobre el precio y el privilegio de dedicarse a lo que uno ama. Leiva se desnuda sin artificios, consciente de que la cámara no lo embellece, sino que lo revela. Y ese gesto, tan sencillo como valiente, lo confirma como una de las voces –literal y simbólicamente– más honestas de la música española actual. Porque, en un panorama saturado de biopics y documentales promocionales, esta película brilla por su capacidad de emoción genuina. No busca vender discos ni alimentar mitos, sino compartir una verdad. Y en tiempos donde la autenticidad se ha convertido en un bien escaso, eso vale más que cualquier nota sostenida.

NOTA: ★★★★☆

«HASTA QUE ME QUEDE SIN VOZ», YA EN CINES.


TRÁILER:

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Mario Hernández

Mario Hernández

Cinéfilo granadino de la generación del 98 (1998 más concretamente), amante del cine independiente y las grandes sagas. Entusiasta de una buena sesión de peli y manta y graduado en Economía por la Universidad de Granada (UGR) con nivel C1 de inglés. Ha realizado el curso de Crítica de Cine en la Escuela de Escritores de Madrid.

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