Crítica de ‘Sirat’: El camino hacia el infierno.

Antes de comenzar, es de justicia advertir que esta crítica tratará de evitar la presencia de odiosos spoilers, pero la trama de la película referenciada lo dificulta en cierta medida, pues se basa en sorprendentes giros narrativos que son consustanciales a la esencia del film. Y, en opinión de quien esto firma, debería poder verse esta inclasificable Sirat con la menor información posible y la mayor limpieza en la mirada, dispuestos a un viaje que, en palabras de su director, viene «lleno de curvas».
Sirat ya se ha convertido, tras su paso por el Festival de Cannes y su Premio del Jurado, en la película del momento. En el hype del que todo el mundo habla. Su director, el medio francés, medio español Oliver Laxe (Mimosas, 2016; Lo que arde, 2019), ya se ha erigido, a su vez, en el autor de moda para la modernidad cinematográfica. En el niño mimado del cine español.
La película cuenta la historia de un padre, interpretado por Sergi López (El laberinto del fauno), y su hijo, encarnado por Bruno Núñez (La mesías), que buscan a su hija y hermana, respectivamente, en medio de una rave en las montañas de Marruecos. Poco más se sabe y poco más se cuenta con respecto a la vida personal de esta familia rota. Ni falta que hace. Padre e hijo se enrolan con un grupo de nómadas «raveros», adentrándose en el desierto y en las tinieblas más absolutas del alma humana. De este viaje, mitad road movie, mitad western distópico (teniendo en cuenta que el presente se ha convertido en distopía), viene la peripecia que nos tendrá dos horas enganchados a sus hipnóticas imágenes.

Laxe ubica la historia en el contexto, casi en el eco lejano, de una hipotética (¿o no tanto?) Tercera Guerra Mundial, cuando sus protagonistas emprenden una huida a ninguna parte, golpeados en todo momento por una fatalidad que los persigue, casi como un castigo bíblico para estos profetas del techno. Y podríamos citar varias referencias en este Mad Max existencialista, como por ejemplo El salario del miedo, de Clouzot, o su remake, dirigido por William Friedkin en los años 70. Pero también hay influjos de los mismísimos Luis Buñuel, David Lynch o Michael Haneke.
El guion, en cierto modo minimalista, lo firma Laxe a cuatro manos con su colaborador habitual, Santiago Fillol, y es un caso claro en el que el objetivo canónico del protagonista estalla por los aires (nunca mejor dicho) en un determinado momento del metraje. Y no hay nada al azar: cada decisión, cada escena –como el acto simbólico de cruzar el río– tiene un sentido muy reflexionado, que te obliga a repasar y resignificar toda la película tras el desenlace. En cierto modo, el cine es, o debería ser, el arte de lo inesperado, de la sorpresa, de jugar con el espectador para provocarle reacciones, de resultar impredecible y, por ello, impactar más. Y eso es lo que consigue Laxe en su tramo final, dejándonos completamente clavados en la butaca.

Es, sin duda, Sirat una película ambiciosa en el mejor sentido de la palabra, producida por Movistar Plus y El Deseo, con un rodaje que ha debido ser duro e intenso (repartido entre los desiertos de Aragón y Marruecos) y una proyección internacional. El paisaje, árido y salvaje, se convierte, por tanto, en el protagonista principal, haciendo del visionado de Sirat, junto con la magnética e inquietante banda sonora de Kangding Ray, una experiencia al límite, difícil de olvidar. Algunos críticos, tras el pase en Cannes, se quedaron sin saber darle una interpretación clara o unívoca. “¿Qué nos ha querido decir Laxe?”, se preguntaban. Desde luego, es una reflexión de fuerte carga política sobre el presente que nos ha tocado vivir, pero no nos la da mascada ni subrayada en negrita.

En última instancia, podríamos decir que Sirat es un film de terror sin esperanza. Acaso una bofetada, afilada como una espada, que nos obliga a enfrentarnos a una pregunta lanzada al polvo del desierto y de desasosegante respuesta: ¿Hacia dónde vamos?
NOTA: ★★★★½
«SIRAT», ESTRENO EN CINES ESTE VIERNES.
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