Crítica de la serie ‘El Gran Guerrero’: Una elegía hawaiana.

En los últimos años, la industria audiovisual ha comenzado a abrir espacio a historias que se narran no solo desde nuevas perspectivas, sino también en idiomas tradicionalmente excluidos del cine mainstream. Series como Reservation Dogs, en la que se incorporan fragmentos de idiomas indígenas norteamericanos como el muscogee, Sami Blood (rodada parcialmente en lengua sami), o Godland, donde el islandés y el danés conviven para reflejar el choque cultural del siglo XIX en Islandia, son ejemplos del compromiso por visibilizar culturas y cosmovisiones desde dentro: no como una postal exótica, sino como un relato que les pertenece.
El gran guerrero, la nueva producción de Apple TV+ protagonizada y coescrita por Jason Momoa (Dune: Parte dos, Una película de Minecraft), se une a esta lista de títulos necesarios con una fuerza narrativa y estética que no solo honra la memoria de un pueblo, sino que reconfigura los límites de lo que entendemos por “serie histórica”.

Ambientada a finales del siglo XVIII en las islas Hawai’i, El gran guerrero no se limita a contar un capítulo olvidado de la historia polinesia, sino que se sumerge en él con un respeto minucioso y una ambición cinematográfica apabullante. La serie, hablada en gran parte en ʻŌlelo Hawaiʻi –idioma nativo hawaiano–, es un gesto de reivindicación cultural que da voz a un pueblo que durante generaciones ha sido silenciado. Y es que, no se trata solo de un gesto superficial, sino que el uso del idioma nativo impregna la narración de autenticidad, transportando al espectador a un tiempo y a un espacio donde el lenguaje no era un simple medio de comunicación, sino un vehículo de identidad y de cosmovisión. Una conexión espiritual con la tierra y los ancestros.

Un respeto por la cultura hawaiana que se hace evidente en cada decisión creativa. Desde la elección de un elenco mayoritariamente polinesio –con figuras como Temuera Morrison (Moana 2), Luciane Buchanan (El agente nocturno) y Cliff Curtis (Avatar 2: La forma del agua)–, hasta la colaboración estrecha con asesores culturales que han velado por la fidelidad histórica y espiritual de los acontecimientos narrados, El gran guerrero demuestra un compromiso integral. Incluso los detalles aparentemente menores, como los tatuajes tradicionales, la construcción de canoas, la arquitectura vernácula o la manera de realizar ceremonias, están trabajados con precisión etnográfica. No es una serie que “se inspira en” la cultura hawaiana, sino que nace de ella.
Narrativamente, El gran guerrero adopta un ritmo contemplativo y pausado, más cercano a una elegía que a una epopeya convencional. Lejos de los acelerados montajes y estructuras narrativas de consumo inmediato, la serie se detiene en cada plano, en cada silencio, permitiendo que el espectador se pierda en los imponentes paisajes de Hawai’i. Pero lo hace no como mero fondo turístico, sino como protagonistas simbólicos de la historia.
La cámara se recrea en la bruma que envuelve los volcanes, en las selvas frondosas, en el vaivén del mar que se funde con la música ancestral. Este tempo meditativo, lejos de ser una debilidad, se convierte en la fuerza más poderosa de la serie: invita a la contemplación y al recogimiento. A comprender que la lucha de Kaʻiana (Jason Momoa), el protagonista, es también una lucha espiritual, identitaria, y territorial.

Un viaje inmersivo que no sería posible sin la deslumbrante banda sonora a cargo de Hans Zimmer (Dune: Parte 2) y James Everingham (The blue angels). Lejos de buscar el protagonismo, la música se entrelaza con los sonidos de la naturaleza y las voces tradicionales para crear una atmósfera hipnótica. En ocasiones, los tambores ancestrales marcan la tensión de una secuencia de batalla, mientras que en otras, cuerdas melancólicas acompañan el lamento de un pueblo que siente el peso de la colonización inminente. Por esta razón, podríamos decir que la banda sonora no ilustra, sino que revela lo invisible: la conexión espiritual entre los personajes y su tierra, la melancolía de un mundo que se resiste a desaparecer y la belleza trágica de lo inevitable.
A lo que el diseño de producción se refiere, este se sitúa a la altura de otras grandes obras de Apple TV+ que han brillado por su acabado visual. En El gran guerrero, cada choza, cada templo, cada prenda de vestir, cada arma artesanal ha sido elaborada con un rigor que roza lo museístico. Pero aquí no hay frialdad ni artificio: hay vida. La verosimilitud que alcanza la puesta en escena convierte la experiencia en algo casi físico. Se siente el calor del sol sobre la piel, la humedad de la selva, o el rumor de los rituales. Esta materialidad hiperrealista no solo aporta espectáculo, sino verdad. Una verdad que no se encuentra en los libros de historia, sino en los cuerpos, en los gestos, y en los mitos y heridas que la serie sabe evocar.
Basada en hechos reales –la unificación de las islas hawaianas y los conflictos internos que ello supuso–, El gran guerrero logra algo extraordinario: transformar una historia épica en una experiencia íntima, casi mística. No hay grandilocuencia vacía ni romanticismo superficial. Lo que hay es una voluntad profunda de rendir homenaje a un pueblo que resistió la imposición de narrativas ajenas y que, a través de esta serie, recupera el derecho a contarse a sí mismo.


Por todo ello, y en tiempos donde las plataformas compiten por títulos llamativos y grandilocuentes, El gran guerrero propone un relato silencioso, delicado, doloroso y profundamente hermoso. Es un acto de memoria, de justicia y de amor. Una de esas obras que no solo se ven, sino que se sienten. De las que nos recuerdan que la verdadera grandeza de una serie no se mide en efectos especiales, sino en su capacidad de dignificar lo humano, lo espiritual y lo olvidado.
NOTA: ★★★★☆
«EL GRAN GUERRERO», ESTRENO HOY EN APPLE TV+.
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