Crítica de la serie ‘Éramos Mentirosos’ (‘We Were Liars’): Una mentira contada solo para quienes ya la conocían.

En los últimos años, el cine y la televisión han experimentado una nueva oleada de producciones juveniles, impulsadas en gran medida por el éxito de franquicias literarias que, aunque comenzaron en la literatura tradicional, hoy encuentran su mayor auge en plataformas como Wattpad. Historias como After, A través de mi ventana o Culpa mía no solo generaron fenómenos de masas entre adolescentes, sino que han conquistado plataformas como Netflix o Prime Video, generando producciones audiovisuales pensadas casi exclusivamente para un nicho de fans ya comprometidos con las historias originales.
En este contexto llega Éramos mentirosos, una serie original de Prime Video basada en la novela homónima de E. Lockhart, que entra con fuerza –pero también con limitaciones– dentro de ese universo de ficciones pensadas para un público juvenil muy específico, dejando clara su nula intención de expandir su alcance más allá de los lectores originales.
La historia sigue a Cadence Sinclair Eastman (Emily Alyn Lind) quien, tras un accidente en el verano anterior que le ha dejado importantes lagunas de memoria, regresa a la isla privada donde su adinerada familia, los Sinclair, pasa sus veranos. Allí se reencontrará con sus primos Johnny (Joseph Zada) y Mirren (Esther McGregor), así como con Gat (Shubham Maheshwari), el chico por quien siente una intensa atracción y que representa la disonancia en el mundo privilegiado de los Sinclair. A medida que avanza la temporada, los secretos de aquella fatídica noche van emergiendo lentamente, revelando una verdad perturbadora que resquebrajará la aparente perfección del entorno familiar.

Desde su primer episodio, Éramos mentirosos deja claro que no pretende seducir a un espectador casual. Esta es una serie construida con plena consciencia de su nicho: lectores adolescentes con gusto por el misterio emocional, los amores imposibles y los giros narrativos que apelan más al impacto que a la coherencia psicológica. Lejos de buscar universalidad, esta adaptación se instala en un tono introspectivo, visualmente estilizado y narrativamente embrollado, que puede resultar inaccesible o incluso inverosímil para quienes no estén previamente comprometidos con el universo de Lockhart.
La dirección, a cargo de Carina Adly MacKenzie y Julie Plec, dos veteranas del drama adolescente gracias a títulos como Roswell, New Mexico y Crónicas vampíricas, se apoya en los recursos ya conocidos de sus trabajos anteriores: un uso constante del montaje fragmentado y emocionalmente ralentizado, miradas entrecortadas y una música envolvente que subraya más los afectos que los conceptos.
Una puesta en escena que se centra casi exclusivamente en explotar la sensualidad y estética de sus personajes –jóvenes atractivos, bañados por la luz del atardecer, en situaciones de tensión emocional– en detrimento de temáticas de fondo mucho más complejas, como la corrupción del poder, el clasismo o el trauma psicológico. Estos elementos están presentes, sí, pero solo como decoración, sin la profundidad que realmente merecerían.
Para generar esta tensión, la serie utiliza los saltos temporales y los giros narrativos como su principal herramienta. Sin embargo, el uso reiterado de estos recursos termina por hacer de la narración una experiencia difusa, que exige del espectador un nivel de compromiso emocional y de atención difícil de sostener para un producto que, en el fondo, no está diseñado para profundizar ni reflexionar, sino para sentir. La fragmentación de la memoria de Cadence, convertida en eje de la estructura, es un dispositivo efectivo hasta cierto punto, pero cuando la revelación final llega, se percibe más como una trampa emocional que como una conclusión coherente de un drama bien tejido.

A pesar de estos tropiezos, el elenco joven brilla con fuerza. Emily Alyn Lind (Cazafantasmas: Imperio helado) ofrece una interpretación contenida, herida, capaz de transmitir con el gesto la confusión y la melancolía de una joven rota por el dolor. El debutante Shubham Maheshwari, como Gat, destaca por su naturalidad y calidez, aportando una dimensión ética a un personaje que se debate entre la pertenencia y la exclusión. Por su parte, Esther McGregor (Babygirl) y Joseph Zada (el próximo Haymitch en Los juegos del hambre: Amanecer en la cosecha) logran humanizar a sus personajes, otorgándoles una dimensión más allá del cliché de “los primos guapos y ricos”. En cuanto al reparto adulto, nombres como Mamie Gummer (Ricki), Candice King (Los originales) y David Morse (La milla verde) aportan una presencia sólida y sobria, actuando como pilares narrativos sin robar el protagonismo a los adolescentes.

En conclusión, Éramos mentirosos es un producto claramente delimitado: no aspira a universalizarse, ni a dialogar con el mundo adulto, ni a cuestionar un género más que asentado a estas alturas. Es una serie hecha para quienes ya saben lo que van a ver, y dentro de esos márgenes, funciona. Tiene momentos de intensidad, interpretaciones memorables y un cierre que, aunque algo tramposo, resulta impactante. Pero también evidencia las limitaciones de una fórmula que privilegia la estética y el dramatismo por encima de la complejidad temática. Una mentira hermosa, construida para quienes desean creerla.
NOTA: ★★½
«ÉRAMOS MENTIROSOS», ESTRENO HOY EN PRIME VIDEO.
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